Las personas cultas del siglo XVIII usaban un lenguaje claro, conciso y
sencillo.
Rechazaban las expresiones barrocas, muy fornidas, que eran típicas
de los sermones
ecleciásticos. Se introdujeron nuevos galicismos por la
influencia de Francia, que la Real Academia aceptó en la lengua.
Entre
los escritores ilustrados críticos del lenguaje barroco destacan Feijoo y el
padre Isla, que hace una parodia de los predicadores barroquizantes en su novela
Fray Gerundio de Campazas.